Genista

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(Post 35. 14/05/2011. Barcelona)


Genista (del lat. genista) 1. f. Retama
Retama (del ár. hisp. ratáma, y este del ár. clás. ratamah) 1. f. Mata de la familia de las papilionáceas, de dos a cuatro metros de altura, con muchas verdascas o ramas delgadas, largas, flexibles, de color verde ceniciento y algo angulosas, hojas muy escasas, pequeñas, lanceoladas, flores amarillas en racimos laterales y fruto de vaina globosa con una sola semilla negruzca.

Sola como estaba, se gustaba haciéndose notar con el olor amarillo de esa colonia tan antigua. El camarero de bigote blanco y tirantes siempre se la quedaba mirando al pasar por delante de la barra, sonriendo tímidamente sin que nadie viera como la timidez se escondía bajo un delantal sucio de café.
Todavía recordaba la primera vez que la vio, bajando unas escaleras de un edificio antiguo, jersey violeta, pelo rizado y largo, negro carbón. Se la imaginó bajando las mismas escaleras de la mano de su propio hijo, el mayor, y embarazada de la parejita.
Sirvió el cortado en la mesa de la terraza, ocupada por un joven en paro. Se ajustó los tirantes, dio un saltito para colocar bien el pantalón. Aireó el delantal y encendió un cigarrillo. Sin que nadie se enterara, ni ella, canturreó por lo bajo los cuatro acordes de su canción.
Volvió a pasar el aire perfumado de color amarillo, acompañado por un caminar cansado y cojo fruto de la edad. Volvió a sonreír bajo el bigote blanco, esta vez recordando lo cerca que estuvo del cielo hacía mucho (demasiado) tiempo, al lado de aquella mujer que se alejaba dejando un rastro de baldosas amarillas como la genista, imposibles de no seguir pese a que probablemente llevaran a la perdición.

Ya no somos invencibles - Tulsa

Tres

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(Post 34. 09/05/2011. Metro L3 -verde-, dirección Trinitat Nova. Barcelona)


Tres (del lat. tres) 1. adj. Dos y uno. 6. m. Conjunto de tres voces o de tres instrumentos.

1. Dilatada, la pupila parece parece más inmensa sobre el iris azul transparente de unos ojos diminutos. Viste de domingo veraniego, con brisas de mar en calma, que acompaña con una voz dulce y cara de niña y marcas de acné y nariz respingona y excesivo acento francés.
- Oui, je sais, mais...- se disculpa su acompañante.
Es entonces cuando le mira, llora y sale corriendo, abandonándolo en un andén sin nombre a la espera de que pase el próximo tren, se suba y tenga un poco más de suerte.
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2. La mujer filipina que llegó a Barcelona con quince años aprovecha el tiempo en el metro para acabar de maquillarse, en un ejercicio de equilibrio memorable. Viste de camisa blanca, minifalda y medias negras, zapatos sin lustrar. Pelo recogido en alto.
El pequeño espejo se mueve al ritmo de las curvas de los túneles del metro. En el bolso se esconde la crema labial morada, probablemente con gusto a mora, que será el toque final antes de presionar con el dedo índice un botón verde iluminado que abrirá una puerta que le permitirá escapar del suburbano pestilente.
Suficiente sudor tiene que aguantar cuando algún hombre la señala con el dedo y tiene que acompañarle de la mano a su cuarto.
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3. Enamorado, tocas cariñosamente la barriga de tu mujer, que tiene que recostarse donde puede para aguantar el peso del embarazo. Ya no puede disimularlo: ni las últimas telas del velo rosa pueden cubrir la panza de gemelos. Miras sus ojos negrísimos, y no te das cuenta de que el trozo de tela que le cubre el pelo religiosamente se le cae suavemente hasta los hombros; tampoco te das cuenta que ella te acaricia el pelo con la mano derecha para que se la beses y, aprovechando ese momento, no veas como con la izquierda se coloca de nuevo el velo sobre la cabeza.

Tres moments - Mazoni

Ojo

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(Post 33. 07/05/2011. Estación de FGC de Martorell Centre)


Ojo (el lat. oculus) 1. m. Órgano de la vista en el hombre y en los animales. 20. m. Aptitud singular para apreciar certera y fácilmente las circunstancias que concurren en algún caso o para calcular magnitudes. 21. m. Atención, cuidado o advertencia que se pone en algo.

Bostezo. Sonido de correa con cascabel, como si fuera un gato. Posición altiva y serena que se pierde sólo con el gran abrir de boca, enseñando dientes afilados con esmero.
Es un perro feo y despeinado, de pelo rebelde que no se doma ni a lengüetazo. Sigue altivo mirando de frente, pose impoluta, media sonrisa, como las que hacen los vagabundos a las damas de película. Se tumba sobre el asiento, trata de dormir algo, imposible con el anuncio sistemático de las estaciones de una voz robótica y sin sentimiento.
Se abre la puerta del conductor del vagón y sale una mujer, rubia de bote, pelo corto y botas largas, sin muchos muebles en la boca y con cara de pocas luces. Se sienta a su lado, sin mirar. Se asusta el perro, y me mira como si yo fuera el único suficientemente solitario del desértico vagón para ser su confidente. Entonces me doy cuenta de que tiene un ojo marronísimo, de un chocolate con leche espesísimo y dulzón. El otro es de cristal, o, al menos, lo parece.

Por mirar - Espaldamaceta