Vacío

(Post 24. 19/10/2010. La Paz, Bolivia)
No quiso una despedida, y salí de casa con el 'hasta luego' habitual. Su habitación quedó vacía, sin pantalones por recoger en el suelo, sin libros sobre una cómoda desordenada, la cama deshecha como siempre. Fue un 'hasta luego' con visos de adiós, aunque no por siempre. Por un largo tiempo, seguro.
Sentado en la silla frente a mi ordenador, lleno de textos escritos por otros desde todas las partes del mundo, revisé el reloj cada segundo pensando en cuándo se iba. 
Una escapada a un acto intranscendente rompió el ritmo monótono a media mañana. Llegué puntual, como casi siempre, a una sala de un buen hotel vacía. El retraso de más de una hora acabó con un almuerzo de patatas fritas en bolsa de plástico y media botella de refresco de cola, que vacié demasiado rápido para aplacar los ruidos intestinales, que desde hace tiempo piden algo más de alimento.
Pero todo eso ya estaba previsto, así que no fue tan grave. 
Tras siete meses (mañana se cumplen) de mi regreso, nunca me había sentido así. Había pasado por indiferencia, resignación, odio... pero nunca por el vacío. Por mucho que me rodee de gente, que trate de reirme con bromas que no llego a entender hasta que la repiten por segunda o tercera vez, que busque alternativas... Siempre vuelve el vacío. 
Nunca fui de buscar aprobación, homenajes, premios, reconocimientos. Mi timidez, que trato de esconder bajo una máscara de seguridad que cada vez es más difusa, debe tener parte de la culpa de ello. Pero de ahí al ninguneo... Sí, esa es la palabra. Es como si no pudiera entrar en la burbuja creada, quizá por selección natural. Y, sinceramente, tampoco quiero entrar. Tanto egocentrismo, tanta competición. Tanta mierda sin motivo. Quizá, por el hecho de ser el raro, el de fuera, el invasor. Cuando en ningún momento he querido eso, ni he hecho nada para que se me considere así. O eso creo. Por eso no lo entiendo. Me siento más lejos que el último mono. 
Me volví a sentar en mi silla, frente a mi ordenador, que seguía escupiendo textos de otros desde todas las partes del mundo, esperando que pasaran las horas. Ya se había ido, y el vacío se hizo mayor. Silencio. Llegué a tener miedo de que mis labios, resecos por el clima paceño, se unieran en uno solo y que no se volvieran a separarse nunca más. Un pase sutil con la lengua humedecida con esmero solucionaron momentáneamente el dilema.
Y regresé a casa, a mi habitación solitaria y más ordenada de lo habitual. Pero vacía hasta de frío.

1 comentaris:

Àlex Cubero ha dit...

Almenys les coses van sortint de dins, amic. És tan necessari com dolorós

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